sábado, 26 de enero de 2013

Los cuervos de Tokyo


En Tokyo hay cuervos.
Uno no espera ver cuervos en aquel paisaje de ciencia ficción, lleno de edificios altísimos, calles inexplicablemente limpias, salidas y entradas de subtes, barrios atestados de gentes, locales de comidas con dibujos, algunos personajes incomprensibles, negocios de toda la electrónica que pueda imaginarse, carteles de colegialas en jumpers vendiendo hasta lo mas insólito y cientos de etcéteras. Uno no piensa ver cuervos. Sin embargo allí están ellos.
Son verdaderos cuervos.  Reales hasta la última de sus plumas. Brillantes y sorpresivamente bellos a la vista de quien nunca vio un bicho de esos.
Graznan obscenamente.  Grotescamente mejor dicho. Como si a los gritos se abrieran paso entre los miles de sonidos irreales de la ciudad. Como si le hubieran declarado una guerra silenciosa, hace decenas de años, a los hipnóticos pitidos de los semáforos o a las melodías misteriosas de las estaciones de trenes y subtes.
Los cuervos saben algo de Tokyo que nadie mas sabe. Se les ve en sus rostros serios, con ojos sabios. Y es en las noches cuando aúllan sus secretos y vomitan, entre las pantallas enormes y las luces de neones, sus gritos cascados, repletos de misterio.
Los cuervos de Tokyo, lo buscan a uno, como para decirle algo, para hablarle de algo. Se posan en los postes de luz y nos gritan desesperados. Ronca la garganta, abierto el pico, estirada la lengua.
Ni el viento, ni la nieve, ni los hermosos cerezos en flor los callan. Son cuervos únicos en el mundo, pinturas excéntricas en medio de un cuadro que bordea lo fantástico.
Cuando desde la ciudad de cemento asesino, aparece un templo, o cuando de entre la multitud de traje y conjunto de oficina, brota irrealmente una nena diminuta con Kimono, el aullido del cuervo trae el mundo a lo concreto, como el pellizco dentro de un sueño: "Es cierto, estás aquí" grita el pájaro, severo.
Los cuervos de Tokyo no son obras del destino ni de la casualidad. No son causa tampoco. Son conciencias del misterio que hay allí, en esa ciudad que bien pertenece al planeta tierra, como podría pertenecer a Marte o a la luna.
Cuando vuelva a Tokyo, voy a tratar de entenderme  mas con ellos.

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