martes, 29 de enero de 2013

Roma en moto

Me alejan las ideas fundamentalistas, pero creo que no hay manera de conocer Roma si no es en moto.
Es como si la ciudad entera hubiera sido diseñada para ser recorrida así, no a pie, no en auto.
Me sublevan las posturas rígidas, estancadas, pero quien haya andado por Roma en moto, va a entender de que hablo.
El Coliseo se enciende en llamas y gira sobre si mismo, las columnas de la plaza de San Pedro enloquecen, la cúpula del Vaticano se agiganta y achica con hechizos secretos, la Basílica de San Pedro se llena de humo de colores, la Via Alessandrina vuelve a mostrar su verrugoso empedrado, La Basílica explota en luces, el Arco de Constantino se ensancha para dejar pasar a los héroes nuevos, se desperezan los mármoles en la Fontana de Trevi y bailan las figuras de los mares mitológicos, revive el Foro Romano y vuelven a él los negocios, los comerciantes, las prostitutas y los soldados antiguos.
Todo ésto pasa cuando se recorre Roma en moto.
No me amigo con las declaraciones indiscutibles, con las afirmaciones unilaterales, con el fanatismo exacerbado de la experiencia única.
No me arraigo a las emociones extremas o a las velocidades peligrosas.
Ni siquiera ando en moto en otros lugares del mundo.
Pero Roma en moto es otra Roma.
Es un paneo en vuelo de pájaro, que mira de distintas alturas y se mete en la escena con  una confianza obscena. Salpicándose de casa viejas y paisajes antiguos; planeando entre las angostas calles con paredes negras de humedad romana, sucias de miles de años de historia.
Roma en moto es la Roma nueva mezclada con la Roma vieja.
Es el trancho de margheritta en plena Via Firenze, entre paredes de piedras antiguas. Es el Latte Macchiato en la Piazza del Fico antes de seguir ruta.
Roma en moto es llegar demolido a la noche, con el viento en la cara y el hermoso reencuentro del amigo querido.
Roma en moto, si se puede, es una oferta para no rechazar.

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