lunes, 4 de febrero de 2013

Vacaciones en Muggia

Dieron las cuentas de mi destino, caprichosas e indescifrables, como para que pasara, hace unos años, unas sorpresivas y no buscadas vacaciones en Muggia, cerquita de Trieste, allí por el Veneto.
Muggia es un pueblo que no vive de la pesca, pero en el que viven muchos pescadores. Lleno de lanchas y embarcaciones pequeñas, dan ganas de quedarse escuchando toda la noche las campanas de los mástiles, mientras se ve pasar a los mismos caravinieri, o al mismo linyera, o al mismo anciano con bastón de mango de bronce, o al mismo loco que habla solo que pasa todos los días.
Muggia es pequeño y vive entre las montañas y el agua. Tiene casas de todos los colores desacomodadas por ahí, y una plaza con bares y mesas que dan a la iglesia principal.
La iglesia es de piedra amarilla, de esa piedra volcánica de la que están hechas tantas casas de Italia. Sobre la enorme puerta de madera crece, desde su centro, un redondo vitraux colorido. Es un ojo de mil pigmentos que mira hacia la plaza, como un cíclope inmóvil y amable.
El vitraux que se ve por fuera de la iglesia es diferente al que se ve por dentro, pues el sol hace de las suyas con las formas y los colores, y una vez entrados en el templo, es cuestión de pararse a unos metros del gran círculo de vidrio, para ver como el show policromático tiñe y salpica a santos y cristos, a curas y fieles, a niños y ancianos.
Los niños de Muggia entran y salen de la iglesia. Corren por entre los bancos, salvo entre las misas, que no vaya a enojarse el Santo Padre, que estamos en su casa y no hay que hacer ruido. Los niños Saltan los tres o cuatro escalones que elevan la construcción cuando las aguas deciden visitar la plaza, y escapan de los padres gritones, italianísimos, que llaman a los alaridos, mas por herencia genética, que por necesitar algo en especial.
La herencia de Muggia, su estética, sus costumbres, son las  que Fellini usó en sus películas. Las que Vivaldi, Morricone o Rotta en sus músicas, y las que los hermanos Antonio y Bartolomeo Vivarini aprendieron en la Escuela Veneciana de pintura.    
Y es de Fellini o de Giussepe Tornatore, de quien uno se acuerda cuando se sienta en aquella plaza. Amarcor, La Strada, o Cinema Paradiso aparecen, sin querer, doblando la esquina en nuestra cabeza. Uno espera ver al Massimo Troisi de Il Postino pensando en su Beatrice Russo y murmurando en voz baja:  "La poesia non è di chi scrive ma anche chi utilizza"
Muggia no es, específicamente,  un lugar para tomar vacaciones. No es un destino particularmente turístico, ni tampoco esconde atractivos que compitan con las grandes ciudades de Italia. No venga a Muggia de paseo.
Eso si, si por inexplicables malos cálculos del destino, existe la obligación de hacer parada allí, lo mejor es: sentarse en aquella plaza con un Late Machiatto en frente, y agradecer a la vida por lo generosa que a veces puede ser.
   

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